EXPOSICIÓN

MUJERES DEL EXILIO

COLECTIVA DE MUJERES REFUGIADAS, EXILIADAS Y MIGRADAS

EL EXILIO EN LA PIEL DE LAS MUJERES

Las mujeres exiliadas cargamos sobre nuestro corazón el dolor de dejar a nuestros hijos, hijas y nuestras familias, que quedaron en nuestros países, a muchos kilómetros, siempre a demasiada dis-tancia. Allá quedó también nuestra cultura, nuestra forma de hablar, de relacionarnos con la gente, la alimentación, la música. El exilio desintegra la identidad social.

La migración forzada supone un corte radical, un quiebre en la línea de la vida de una persona. Al llegar al país de acogida, las mujeres refugiadas sufrieron fuertes choques culturales, que se sumaron al dolor del desarraigo. Estas situaciones han tenido numerosos impactos psicosociales en sus vidas -crisis emocionales, sentimientos de soledad, dolor, tristeza, miedo-, provocados tanto por el abandono forzado de su vida en Colombia como por la obligación de aventurarse hacia un contexto desconocido, que, además, en algunas ocasiones, resulta hostil.

Para las mujeres refugiadas, exiliadas y migradas, el exilio supone el despojo de toda una vida, que sucede en un instante. También afecta a su identidad: su país, familia, compañeros, compañeras, tejido social y cultural les son arrebatados. Además, la adaptación forzada y la imposición de amoldarse a una nueva cultura, provoca en ellas una desestructuración y una progresiva pérdida de identidad. Como defensoras de Derechos Humanos, perder sus liderazgos y sus estructuras comunitarias supone un proceso muy doloroso, que además les obliga a empezar de cero en nuevos activismos sociales y políticos. En general, atraviesan grandes transformaciones identitarias, psicosociales y políticas.

Todo esto hace que nuestros compatriotas nos vean como de aquí y las de aquí como extranjeras; nos hacen sentir que no somos ni de aquí ni de allá, que hemos perdido todo. A las mujeres nos cuesta hacer un enorme esfuerzo para superar el choque y recomponer nuestros caminos quebrados, ya que en el exilio no somos nadie.

CARTAS

Esperanza
CARTA DE MARÍA ESPERANZA RAMÍREZ

A mi Colombia:

Le doy gracias a Dios primeramente por estar viva, yo, María Esperanza Ramírez, mujer campesina, defensora de los Derechos Humanos y lideresa, le debo a mi Colombia el despertar de la conciencia. Porque insisto: no hay mayor violencia que el desconocimiento y la falta de información.

Pero también a mi Colombia, recordarte: que tienes una deuda muy grande para los/las colombianas, desde la exigibilidad y el cumplimiento de nuestros derechos a una vida con dignidad. Dentro de esa deuda, saber la verdad y nada más que la verdad de lo ocurrido en el conflicto armado colombiano, por acción o por omisión de los gobernantes de turno en sus respectivos períodos de mandato.

Para mi Colombia; recordarte que es VITAL y FUNDAMENTAL estar organizados y organizadas, para que el miedo se vaya y podamos alzar nuestras voces y hacer las denuncias a la luz pública con nombres propios, y tener la oportunidad de formarnos como sujetas políticas de derechos y deberes. Y entre los deberes, ser coherentes: ¡EXIGIRLOS!

Exigir nuestros derechos no es un delito, es un deber y una responsabilidad de todos y todas las colombianas. Desde la distancia, la añoranza de volver a sentirte mi Colombia, bella y sufrida.

La mayoría de las mujeres desplazadas forzosamente, exiliadas, migradas y refugiadas, somos abogadas empíricas: No somos “tramitólogas”.

¡Exigimos respeto!

previous arrow
next arrow