EXPOSICIÓN
COLECTIVA DE MUJERES REFUGIADAS, EXILIADAS Y MIGRADAS
OBJETOS DE LA MEMORIA
El coso, la cosa, el cosiato, el cosianfirulo, la cosita, la cosota, el trasteo, los trastos, los chécheres, las vainas, las pendejadas, las jodas, los corotos, los bártulos, los cacharros, los cachivaches, los aparatos, los artilugios, la ropa, las fotos, el sombrero, los zapatos, los papeles, la olla, el molinillo, la maleta, la cédula, la cremita, la cobija, los discos, los libros, los cassettes, la ruana, el anillo, la camandula, el colchón, la mula y el burrito, el perro chandoso, la gata Pola, el biberón, el niño, la niña, el café, la gallina, las semillas, la harina, la hornilla… que no se nos olvide nada. Así empezamos la vida nueva. A toda prisa nos va la cabeza cuando tenemos que salir corriendo. De todo se nos queda la mitad, siempre lo más importante. Nunca es suficiente.
Ese montón de cosas, que quisiéramos tener siempre con nosotras, se reducen a una sola cuando del otro lado de la frontera volvemos la vista atrás: el hogar. Ese hogar que no es solo una casa, y no son solo mis hijos o hijas. Es el hogar en sentido amplio. Ese útero en el que crecemos al calor de la música y los olores, el vecindario y los trancones. Ese útero en el que llueve tibio y corre una brisa fresca. Ese hogar que intentamos llevarnos en cada pequeño objeto que logramos meter en las maletas y en los bolsillos. Esos objetos que en sí mismos no tienen un sentido más allá que el meramente funcional. Y sin embargo, pasados por manos, por casas, por el tiempo; los objetos acumulan significados varios que solo tienen sentido en un sistema de símbolos y acciones personales, familiares, sociales y colectivas.
A lo largo de la historia, los objetos han contado el paso de la humanidad por este mundo, son huellas materiales más perennes que nosotras mismas. Son casi como evidencias. Pasa así con las fotografías, por ejemplo, objetos que “tienen” a sujetos y al mismo tiempo, nos recuerdan su ausencia; convirtiéndose así, en portales a otros mundos pasados que nos dejan, por los laditos, conquistar el pasado, volver a él y contarlo. Tienen, por tanto, una biografía propia que puede ser contada por la voz de quienes eran sus dueñas a través de quienes ahora los poseen, pero también una voz propia que habla de su lugar en el mundo, del porqué de su no-desecho. Y es que en ellos habita la memoria.
Los objetos que nos acompañan quizá, seguramente, no habrían querido venir con nosotras: cruzar fronteras, ganarse golpes, ser arrojados, ser refundidos y vueltos a encontrar. Nosotras tampoco. Pero es gracias a estas cosas que nos pesan tanto que logramos contar parte de nuestra historia, esa historia de la que, a veces, nosotras mismas no somos conscientes de haber vivido. Todo parece un sueño y una pesadilla, dependiendo del día. Esos objetos, sin embargo, son lugares de memoria de muy distintos tamaños, lugares y lugarcitos que simbolizan nuestro territorio. Trozos de tierra que nos dan un suelo al cual nos agarramos con fuerza.
¿Poneros en nuestros zapatos? La construcción del auto 092 se da a raíz de la formación política y el empoderamiento de las mujeres en situación de desplazamiento, sin esa formación y sin ese conocimiento las mujeres no tendríamos la oportunidad de participar y de incidir ante el estado colombiano al reconocimiento de las necesidades pero también de las violaciones de nuestros derechos. En Colombia las violaciones de derechos humanos y el desplazamiento forzado son delitos de Lesa Humanidad.
Los recuerdos que tengo de mi vida en Colombia son de amor, alegría sororidad sin que opaquen los recuerdos y mi rebeldía frente a las nunca fue mi opción. A través de la vida aprendí que solamente las causas del amor valen la pena. Como dice el poeta Miguel Hernández: “Tristes situaciones de pobreza, dolor e injusticia e impunidad.
Tengo en mi mente un gran libro de fotografías, son muchas como son muchos los caminos recorridos como lideresa defensora de los derechos humanos. Siempre he creído en las revoluciones que se hacen desde el amor. La violencia guerras si no es amor la empresa, "tristes armas si no son las palabras, tristes hombres si no mueren de amores”.
Hoy en día el amor sigue siendo mi mejor opción, permanezco sembrando sonrisas al lado de las plantitas de caco, cantándole a la vida, al sol, al agua. Sigo abriendo caminos a machete sin dañar la vida. Me subo en las montañas de tristeza de los pueblos oprimidos y construyo toboganes de alegría para sus pequeños tristes.
Soy maestra, tengo una brújula y cada mañana la pongo rumbo a mi corazón, al corazón de cada niño y cada niña, con ternura y creatividad. Si, he perdido muchas veces el norte pero creo que nunca he perdido mi capacidad de amar.
Con la bandera tricolor acompañada de la exigencia de verdad, justicia, paz, esperanza de no repetición, nunca más, hay una mochila, cargada de dolor y tristeza por el desarraigo, también, esa mochila esta llena de mucha fuerza, de resistencia, de recuerdos de mi historia de vida, de deseos y compromisos de seguir tejiendo lazos solidarios por una Colombia donde se respeten los derechos humanos y la vida de tod@s.
Como mujeres constructoras de paz, en la Colectiva de Mujeres Refugiadas, Exiliadas y Migradas seguimos apostando a la paz con dignidad para todas las hermanas y hermanos colombianos.
¡Que la paz no nos cueste la vida!
¡La memoria la escribimos l@s sobrevivientes con nuestros dolores, recuerdos, compromisos, experiencias y trabajo!
En este ejercicio en colectiva de presentar objetos de memoria recae el duro recuerdo de no tener un objeto y eso también hace parte de mi memoria, el no tener algo que si quiera me haga vibrar porque en medio de este camino de exilio, vas con tus circunstancias y las personas que te rodean.
…“Mi maleta es invisible, se reinventa y se acomoda en cualquier espacio”…
Durante todo este tiempo he nacido nuevamente rodeada en colectiva de mujeres, despertando mis recuerdos y mi memoria de luchas, de sueños compartidos por un país en dónde se pueda vivir en paz.Esta fotografía hace parte de mi camino de memoria y mi lucha persistente en el exilio como mujer en la construcción de la paz en Colombia.
Es un ejercicio simbólico con la tierra, en la que siembro mi cuerpo y mi lucha como mujer joven desterrada, en aquel 2017 en la ciudad de Barcelona, la refugiada y lideresa campesina María Esperanza Ramírez se acerca para cuidar a todas las mujeres que hacemos este ejercicio de siembra, y en un momento de mucho dolor le digo que se quede y me abrace, es cuando empiezo mi declaración.
“Hoy quiero sembrar mi lucha en el movimiento estudiantil Colombiano, hoy quiero sembrar mi semilla al movimiento social con el que crecí como mujer, en el que aprendí amar, a soñar, a tejer utopías, en el que compartí de la mano con mujeres académicas y campesinas, en el que todas tejemos un lenguaje de paz. También siembro las luchas en compañía de esos hombres maravillosos que en el camino aprendimos en igualdad".
Fotografía: Ingrid Guyón
En el exilio, Barcelona, 21 de octubre de 2017
"¡Siembro nuestras luchas!
¡Siembro la alegría de la juventud colombiana, su fuerza, su amor, su grito de libertad!”
Soy refugiada colombiana, hace alrededor de 11 años estoy en el exilio en España. Llegué con mi maleta repleta de ilusiones, de recuerdos, dolores, lutos, esperanzas de forjar un futuro para mí y la familia, sin embargo, he vivido momentos con mucha nostalgia, de añoranzas de un nuevo reencuentro con los nuestros y tratar de superar el desarraigo con el que se vive en el día a día, con nuestro ser y en el exilio. Nuestros pensamientos están allí con los y las nuestras, con un país que queremos logré la paz con justicia. Aquí he aprendido, a sentir los dolores de las enfermedades.
Los lutos de muchos parientes, amigos, amigas y allegadas a nuestras familias y añoramos que se garantice nuestro derecho a un regreso digno, a nuestra entrañable patria y aprovechar un abrazo, un compartir de experiencias con los nuestros.
Este es mi más preciado recuerdo. Para mí, esa pequeña esmeralda es Colombia. Lleva conmigo 22 años. Y aunque quizás se me está quedando pequeña, la seguiré llevando porque ahí guardo el verde de las montañas, de los hermosos paisajes de mi infancia. Y por supuesto los dos seres más preciados que he tenido que dejar. MIS ADORADOS ABUELOS. Tantas cosas que NO compartimos. Pero siempre son mi fuerza más profunda. Mis raíces, mi hogar.
Una mochila era suficiente como maleta de viaje a lo largo y ancho de mi país, en mi trabajo con las comunidades. Me sirvió de almohada en las recuperaciones pacíficas de tierra, de la casa campesina, del Incora -Insituto Colombiano de la Reforma Agraria- y en muchas movilizaciones. Como símbolo de solidaridad, compré esta artesanía como apoyo a las mujeres wayúu y la conservo porque representa también la resistencia indígena y juvenil.
LUNA DEL PACÍFICO
Un día estaba sentada en un parque y empecé a pensar, en mi camino, desde Colombia a España. Pensé en una noche iluminada, en cómo la luna se refleja en el mar y en las olas, que son como ondas de remolino de mi vida, desde mi infancia hasta ahora. El mar y la luna son el recorrido. La vida, la luna, color de mi piel y el camino al exilio, una nueva ola del mar. Es la luna del Pacífico de aquí y de allí.
Mi primer objeto es el río, que, como en mis sabanas largas, representa la tranquilidad, el descanso y nuestra tierra.
El segundo objeto es una foto de un encuentro psicosocial para la reconstrucción de memoria de las mujeres de diferentes orígenes. Éste es un espacio de trabajo colectivo que se ha venido trabajando con mujeres diversas. Uniendo experiencia para reconstruir la memoria. Todo esto en Vitoria-Gasteiz.
LUNA DEL PACÍFICO
Con estos objetos de memoria viva, iba y venía a muchos lugares para multiplicar lo que sembrábamos en los lugares apartados. Me acompañaron en el canto de la vida: la mochila, el poncho, el sombrero y la linterna de pilas para ver los nuevos horizontes.
Consiste en conservarlos, porque los quieres por las mañanas abres el cajón de los zapatos ¡todo es revivir! la escuela y su canchita los campeonatos entre amig@s ¡4 a 6! las trochas cuando fui campesina y al fin un suspiro afirmándome que conservo mi esencia.
Este objeto es el carné para el control de salidas y entradas en el Centro de Acogida para Solicitantes de Asilo en la población de Brandemburgo, Alemania. Este carné me recuerda los años en los que no se nos dejaba buscar un trabajo, aprender el idioma o movilizarnos fuera de la ciudad.
Durante mis últimos 35 años de vida este libro ha sido mi manual ético, moral y cívico; me ha ayudado a una sana convivencia en mi hogar y en las sociedades donde los sistemas políticos, religiosos y económicos nos han arrastrado y nos hemos adaptado de la mejor manera posible.
"En las rutas del exilio; entre pasos y pausas, he muerto y he renacido"
¡Ay, qué cosas! ¡cómo me pesan, cómo me amargan! Las arrastro, las traslado, las desplazo. ¡Ay, mi vida a cuestas! ¡Ay, mi corazón de madera!
Estas cosas que me siguen a todas partes, que cuando miro para atrás ahí están, y si miro para delante ahí aparecen. Estas cosas que me llenan de lágrimas los ojos y de furia, los nervios, la sangre que me hierve, ¡mis manos se contienen!
¡Ay, estas cosas que tanto quiero! ¡Ay, cosas, benditas cosas! Lo único que tengo.
Quizá no exista sinónimo más cercano a la experiencia del exilio que el destierro. Nombrada con entonado acento, el desarraigo es su nombre y expresa en buena parte el camino pedregoso para habitar la dialéctica de la frontera. A renglón seguido, sentimientos de frustración por el proyecto personal y colectivo que ha quedado inconcluso, pero que sueña tener eco en otros lugares. Luego viene la nostalgia por lo dejado atrás, la máscara de la invisibilidad para sobrevivir en la extrañeza y el imperioso reto de “volver a empezar”.
Nuestra memoria histórica, estas imágenes que guardamos como parte de las historias personales y colectivas, para reconstruir el pasado, transformar el presente y posibilitar nuevos horizontes para el futuro.
Mi Memoria es como la de todas, luces contra el olvido, conserva los objetos que son parte de nuestras entrañas, es nuestra dignidad como seres humanas. Los amores de las familias, el álbum, la madre, los procesos organizativos, la poesía, la política, la defensa de los derechos humanos y de las mujeres; más que objetos, se ven vivos y estas huellas nos revelan todo el espesor biográfico y geográfico que encierran y exponen hasta las más mínimas representaciones de nosotras. El amor, Jairo; los hijos, Nicolas y Jairo, han sido y son motores para mi vida. Procesos alternativos de resistencia, mujeres afros, campesinas, indígenas, defensoras de la vida, los territorios, primera línea, juventudes, amores que son las columnas que levantan la arquitectura por un mundo mejor.
Una maleta en suspenso al no entender todo lo que nos pasó. ¿Por qué tuvimos que salir? ¿Por qué a mí? ¿Por qué tuvimos que dejarlo todo? Y ella ahí sin terminar de desempacar. Lo intentas, construyes, resignificas y reconstruyes. Y ella sigue ahí sin terminar de ser tu espacio propio.
En ocasiones lo logras, lo reconstruyes todo… hasta tu familia por opción ¡plash! Vuelve a empezar la reconstrucción. Qué difícil es cuando el miedo se impone sobre la confianza y la sobrevivencia.
Y ella sigue ahí sin terminar desempacar ¿Hasta cuándo se puede vivir entre paréntesis?